La guerra en Ucrania ha marcado un antes y después en el uso de tecnologías emergentes en combate, destacándose especialmente el papel revolucionario de los drones y la inteligencia artificial (IA). Tradicionalmente, la tecnología militar ha evolucionado de manera incremental, pero el conflicto ucraniano ha desencadenado avances a una velocidad inusitada, con máquinas anticuadas reconvertidas en auténticos robots de guerra y drones que operan de manera autónoma, gracias a sistemas de IA que les permiten coordinar ataques sin intervención humana directa.
Uno de los hitos más significativos en este ámbito ha sido el desarrollo de los enjambres de drones impulsados por IA, capaces de actuar colectivamente para saturar y sobrepasar las defensas enemigas. Empresas como Auterion han creado software que transforma drones en fuerzas de ataque coordinadas, mientras que Estados Unidos ha contribuido con el envío de «kits de ataque» configurables, subrayando la importancia estratégica de la cantidad y autonomía de estos dispositivos.
La efectividad de los enjambres de drones no reside en su capacidad individual, sino en su habilidad para funcionar como un organismo único: compartiendo información, distribuyendo roles y adaptándose en tiempo real a las contramedidas enemigas. Un solo operador puede controlar múltiples drones, lo que permite una gestión eficiente y una saturación táctica del espacio aéreo rival.
En Ucrania, el uso de drones se apoya en un extenso archivo de datos visuales de combate, lo que enriquece la capacidad de aprendizaje y autonomía de los sistemas de IA. La agilidad en la integración de nuevas plataformas y la rápida iteración de tecnologías han propiciado una ventaja táctica para Ucrania, mientras Rusia busca responder con sus propios avances, como el sistema Orbita para operar drones a gran distancia, y el desarrollo de drones Skvorets que destacan por su capacidad de ataque autónomo y adaptabilidad en combate.
Este escenario bélico tecnológico abre interrogantes sobre la ética y legalidad del uso de sistemas autónomos en conflicto, donde la línea entre la automatización táctica y la autonomía plena se vuelve cada vez más borrosa. Mientras la tecnología avanza a pasos agigantados, la necesidad de mantener un control humano significativo sobre la letalidad automatizada se presenta como un desafío ético y estratégico fundamental.
