En China, un país conocido por sus asombrosas megaconstrucciones, se ha desarrollado un fenómeno inesperado en Shenzhen, una ciudad símbolo del auge económico chino. Dicha metrópoli, con una población vibrante de 18 millones de habitantes, ha visto emerger una economía improvisada en torno a la entrega de alimentos en sus gigantescos rascacielos. El SEG Plaza, un edificio de 70 pisos y sede de miles de oficinas, es un claro ejemplo de los retos logísticos que implica entregar un simple almuerzo, con esperas de ascensor que pueden extenderse hasta media hora.
Ante esta problemática, surge un nuevo suboficio: adolescentes y jubilados que actúan como corredores improvisados, encargándose del último tramo de la entrega de alimentos a cambio de una pequeña comisión. Estos «delivery stand-ins» reciben la comida en la entrada del edificio y, sorteando la demora de los ascensores y los laberínticos pasillos, llevan los pedidos hasta sus destinatarios. Este sistema ha permitido a personas como Li Linxing, un joven de 16 años, ganar alrededor de 100 yuanes al día (equivalente a unos 28 céntimos de euro por pedido).
El modelo ha evolucionado hacia estructuras más organizadas, con figuras como Shao Ziyou, un pionero entre los corredores, que coordina entre 600 y 700 entregas diarias a través de una red de ayudantes. Este modelo de microeconomía, surgido de la necesidad y la improvisación, refleja tanto la ingeniosidad como las limitaciones de la economía informal china, destacando la vulnerabilidad de aquellos que trabajan sin contrato, seguro o derechos laborales.
Shenzhen se ha convertido en un laboratorio de soluciones innovadoras a problemas cotidianos, ilustrando la dinámica de una «gig economy dentro de la gig economy». Sin embargo, la precariedad laboral y la competencia extrema plantean preguntas sobre el futuro de estos trabajadores, que, sin garantías, sostienen un sistema basado en la inmediatez y el bajo coste. La situación de los «delivery stand-ins» de Shenzhen nos recuerda cómo la economía moderna depende cada vez más de soluciones improvisadas, evidenciando las grietas de un sistema que busca maximizar la eficiencia a expensas de la seguridad y el bienestar de los trabajadores.
