Que la Fuerza Aérea de EEUU vuele sus tres bombarderos B-52 es normal. Que lo haga frente a Venezuela no tanto

A principios de septiembre, el caribe sur se transformó en un escenario de guerra híbrida, marcado por la interacción de operaciones antidrogas, sanciones financieras, y despliegues militares. Este contexto se intensificó con la decisión de Estados Unidos de reabrir una base militar cerrada por 20 años, lo que ha resultado en la llegada continua de cazas F-35. A estos se sumaron tres bombarderos estratégicos B-52 estadounidenses que, escoltados por cazas F-35 y apoyados por aviones cisterna y drones de reconocimiento, orbitaron las costas de Venezuela en una clara demostración de fuerza.

La presencia de estas aeronaves en el cielo caribeño tenía como fin ser una exhibición visible de poder, simbolizando la capacidad de Estados Unidos de impactar objetivos con misiles de largo alcance sin necesidad de entrar en espacio aéreo enemigo. Aunque estas maniobras se enmarcan en operaciones antinarcóticos, las acciones y la retórica asociadas sugieren un mensaje político dirigido directamente al régimen de Nicolás Maduro, advirtiéndole del alcance militar estadounidense.

Dentro de este contexto, Trump ha articulado abiertamente consideraciones sobre llevar a cabo acciones en territorio venezolano, reconociendo la autorización de operaciones encubiertas de la CIA. Estas declaraciones han elevado la tensión en la región, sugiriendo una posible preparación para una intervención militar más allá de la lucha contra el narcotráfico. En respuesta, Venezuela ha denunciado estas maniobras como violaciones al derecho internacional y ha realizados ejercicios militares, mientras que la oposición celebra el apoyo estadounidense.

El despliegue militar de EE.UU. en el caribe y las fuertes declaraciones de Trump evocan la política del Gran Garrote y presentan a Venezuela como un foco de conflicto que mezcla objetivos de control regional estadounidense con dinámicas internas de poder del chavismo. La situación actual plantea una peligrosa incertidumbre acerca del futuro de Venezuela y la región, marcando una posible escalada en las intervenciones norteamericanas en América Latina.