En una práctica innovadora pero controvertida, la empresa Salad ofrece remunerar a los gamers permitiéndoles alquilar la potencia ociosa de sus GPUs. A cambio de esta potencia, que es usada mientras los usuarios no requieren de sus ordenadores, Salad paga en recompensas no monetarias como skins de Fortnite y tarjetas regalo de Roblox. Este modelo de negocio, que se asemeja a anteriores esquemas de «alquiler» de capacidad computacional para minar criptomonedas, se ha adaptado para generar imágenes pornográficas mediante inteligencia artificial (IA).
Ante la posibilidad de que estas GPUs se utilicen para crear contenido adulto sin el consentimiento de los propietarios, Salad introduce una opción que permite a los usuarios aceptar o rechazar específicamente el uso de su hardware para generar este tipo de imágenes. A través de un cuadro de diálogo en la aplicación de Salad, los usuarios pueden establecer sus preferencias respecto al tipo de carga de trabajo que permiten en sus equipos, asegurando así un control sobre el uso de su capacidad computacional.
Los resultados de los algoritmos de IA que operan gracias a la potencia de cálculo prestada se mantienen ocultos para el usuario, con los procesos aislados del sistema operativo de la máquina que proporciona los recursos. Esto implica que los usuarios no tienen acceso directo ni visibilidad sobre el contenido generado en sus propios equipos.
Salad compensa a los usuarios registrando sus ganancias en dólares, aunque el pago efectivo se realiza en forma de crédito dentro de la tienda de Salad. Este crédito puede ser utilizado para adquirir varios tipos de tarjetas regalo, centradas principalmente en el ámbito de los videojuegos.
Este esquema ha atraído a clientes como Civitai, una plataforma que no solo distribuye modelos de Stable Diffusion sino que también facilita la generación de imágenes pornográficas por IA. Este uso plantea importantes preocupaciones éticas y legales, sobre todo cuando las imágenes generadas involucran a personas sin su consentimiento, como en el controvertido caso de Taylor Swift. A pesar de los esfuerzos por implementar filtros que prevengan la creación de contenido no consentido, controlar completamente esta práctica parece ser una tarea enormemente desafiante.
