En su ensayo «Pulgarcita», el filósofo Michel Serres compara a los jóvenes del siglo XXI con San Dionisio, quien, según la leyenda, llevó su cabeza decapitada bajo el brazo, simbolizando que los jóvenes de hoy han externalizado su mente a la tecnología. Argumenta que nuestras capacidades cognitivas, nuestra memoria y pensamiento residen en dispositivos externos como teléfonos inteligentes y computadoras. Esto refleja una evolución de la externalización de facultades humanas a herramientas y tecnologías, desde la invención de la rueda hasta el uso del papel para almacenar conocimientos, y ahora a la digitalización y empleo de inteligencia artificial.
La llegada de computadoras y posteriormente dispositivos móviles marcó el inicio de externalizar nuestras facultades mentales, una tendencia que alcanzó un nuevo nivel con el desarrollo de inteligencias artificiales capaces de realizar tareas cognitivas complejas. Ejemplo de ello es ChatGPT de OpenAI, una IA diseñada para comprender y generar lenguaje humano de manera coherente, actuando como un «hacedor de deberes automático» para los estudiantes, lo que plantea desafíos pedagógicos significativos. Ante tal escenario, surge la preocupación de cómo incorporar efectivamente estas herramientas en la educación sin promover el fraude académico y asegurando el aprendizaje genuino.
El texto sugiere que aunque las IA como ChatGPT pueden modificar las dinámicas educativas, requiere una reflexión profunda sobre cómo balancear la integración tecnológica en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por un lado, pueden servir de apoyo en tareas repetitivas y evaluativas, liberando tiempo para que los educadores se enfoquen en aspectos más críticos de su labor. Sin embargo, es imperativo que los estudiantes no sustituyan el desarrollo de habilidades cognitivas fundamentales por el uso de estas herramientas. Se propone, por tanto, una educación que haga un uso consciente y crítico de la tecnología, donde tanto docentes como alumnos reconozcan sus beneficios y limitaciones.
