La guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China ha colocado a las tierras raras en el centro de la disputa, siendo estos elementos fundamentales para la fabricación de semiconductores, baterías de coches eléctricos, paneles fotovoltaicos y otros dispositivos. China domina el mercado, manteniendo precios internacionales bajos para hacer inviable la competencia. A pesar de la existencia de tierras raras en otros lugares como Japón y Groenlandia, la laxitud de las leyes medioambientales y laborales en China facilita su procesamiento a menor costo.
China controla entre el 50% y el 60% de la minería de tierras raras y casi la totalidad de su procesado. Esta dominancia permite influir significativamente en el precio internacional de estos materiales, incluso permitiendo una caída de precios casi un 20% desde comienzos de 2024. La estrategia china busca crear una dependencia occidental en cuanto a la adquisición de tierras raras, problemática ante la creciente demanda por la transición hacia las energías renovables. La respuesta a restricciones comerciales, como la prohibición estadounidense de venta de maquinaria avanzada a China, ha sido limitar la exportación de tierras raras vitales.
Sin embargo, China enfrenta desafíos internos, como un cambio en el mercado laboral y crisis de vivienda y demográfica. Esto plantea la pregunta de si su estrategia de mantener precios bajos para sustentar la industria verde local es sostenible a largo plazo. Al mismo tiempo, países occidentales buscan reducir su dependencia de China mediante la búsqueda de yacimientos propios y tecnologías de extracción más limpias. La situación evidencia una dinámica compleja de dependencias cruzadas y esfuerzos por la autosuficiencia en un contexto de tensiones geopolíticas crecientes.
