Hace treinta años, ganar el Gordo de Navidad en España representaba algo muy distinto a lo que significa hoy. Con el premio de un décimo en los años 90, que era de unos 30 millones de pesetas, se podía adquirir varias propiedades, asegurando así el bienestar financiero de una familia. Esta cantidad permitía comprar dos viviendas de tamaño medio en ciudades grandes como Madrid o incluso saldar hipotecas, manteniendo un margen de liquidez considerable. Este premio no era solamente una ayuda económica, sino un cambio radical en la vida de los afortunados, alejándolos del trabajo y las preocupaciones financieras.
Sin embargo, treinta años después, la realidad es muy diferente. Aunque el montante del Gordo se ha mantenido en 400.000 euros por décimo en la última década (328.000 euros tras impuestos), el poder adquisitivo de esta cantidad ha disminuido considerablemente. El mercado inmobiliario, que ha seguido una trayectoria ascendente, hace que este premio ya no garantice la independencia económica total como en el pasado. En Madrid, por ejemplo, con los 328.000 euros netos apenas se puede adquirir una vivienda de 60 a 70 metros cuadrados a precio medio, lejos de los dos pisos que se podían comprar en los años 90.
Este cambio se debe a que los precios de la vivienda han crecido mucho más rápido que los ingresos, lo que ha llevado a un deterioro significativo de la capacidad de compra de los premiados. Aunque la proporción del premio respecto a los salarios no ha variado mucho, la comparación con el precio de la vivienda muestra una clara diferencia. En la actualidad, el Gordo representa más un alivio financiero que una llave hacia la libertad financiera total.
En resumen, el significado social del Gordo de Navidad ha evolucionado; lo que en los noventa simbolizaba una independencia económica completa, hoy día, debido al incremento desproporcionado de los precios inmobiliarios en relación con los ingresos, ha reducido su impacto a un alivio económico más que a una garantía de libertad financiera.
