En busca de crear enclaves autosuficientes e innovadores, varios proyectos a lo largo del tiempo han intentado configurar ciudades utópicas con mínima o nula intervención estatal. Desde un proyecto fallido en San Francisco hasta Próspera en Honduras y los intentos por establecer ciudades flotantes internacionales, estos esfuerzos comparten la visión de experimentar con modelos económicos radicales y gobernanza alternativa, respaldados por capital millonario y una fe en la innovación. Un proyecto destacado es Neom, promovido por Arabia Saudí, que aspira a ser un modelo de ciudad futurista pero que se enfrenta al desafío del fluctuante precio del petróleo.
La ambición de construir ciudades libertarias alcanza un nuevo nivel con la mirada puesta en Groenlandia, estimulada por la administración Trump y magnates tecnológicos como Peter Thiel y Marc Andreessen. La propuesta para Groenlandia incluye una ciudad de alta tecnología denominada «freedom city», centrada en avances como la inteligencia artificial, vehículos autónomos, y la exploración espacial, contemplando incluso la posibilidad de usarla como prototipo para futuras colonias en Marte.
Este impulso procede de un círculo consolidado de inversores tecnológicos interesados en las llamadas «startup cities» o «charter cities», en las que se minimiza la intervención estatal para fomentar la innovación. Groenlandia presenta una oportunidad singular para este tipo de experimentos, no solo por su posición geopolítica y sus vastas reservas minerales, sino también por la posibilidad de aplicar tecnologías avanzadas en un entorno de mínima regulación.
Sin embargo, estas ambiciones generan escepticismo entre los locales y observadores, conscientes de los riesgos de pérdida de autonomía y explotación de recursos sin beneficios claros para la población indígena. A pesar de las promesas de desarrollo económico acelerado y la creación de empleos, persisten las dudas sobre el respeto a la cultura y soberanía locales. Estos proyectos, al final, simbolizan la tendencia creciente hacia la búsqueda de territorios donde el capital tecnológico pueda ejercer una soberanía directa, prometiendo un futuro reconfigurado por la innovación y la autonomía pero enfrentándose a reticencias sobre su viabilidad y justicia.
